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Mi regreso a Ecuador: la llamada precisa en el momento preciso

  • Foto del escritor: Karina Sarmiento Torres
    Karina Sarmiento Torres
  • 28 may 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 21 jun 2020

No puedo estar más agradecida por haber tenido un cupo para regresar a Ecuador en un vuelo humanitario desde Lima hace unas semanas. El 31 de marzo del 2020 fue mi último día en el trabajo que me llevó a vivir a Lima. Mi regreso definitivo debía ser el 1 de abril. ¡Mis planes eran tantos! Para el 9 de abril ya estaría de vacaciones con mi hija en el sur de Francia, donde vive. A finales de abril, estaría instalada en Europa. Las cosas cambiaron y el 1 de abril estaba en confinamiento obligatorio aún en Lima. Afortunadamente con la mejor compañía – esa es otra historia – pero lo cierto es que mis planes tuvieron un freno de mano.


Reprogramé mi vuelo a Ecuador para el 5 de mayo me parecía que era un plazo sensato, pero el 22 de abril en la noche me llegó un mensaje de la aerolínea anunciando la cancelación del vuelo hasta junio. Al día siguiente llamé al consulado del Ecuador y, si bien ya había puesto mi nombre en varias listas de personas ecuatorianas que tenían que volver, en ese preciso momento me anunciaron que, al día siguiente, 24 de abril, saldría un vuelo. No estaba segura de tomarlo, estando ya sin empleo invertir en 15 días de alojamiento y comida en un hotel era algo poco sensato. Sin embargo, las cosas se dieron y allí estuve diciendo en menos de un segundo: “Sí me voy. Tomo el cupo que me ofrecen”.

Aún tenía muchas cosas sin resolver en Lima, el aislamiento se dio de un día para otro y mi magnifica planificación de retorno no funcionó como estaba prevista. Cuando tomé la decisión tenía dos horas disponibles para cerrar todos los trámites. Colegas de mi último empleo me ayudaron y casi, casi, pude cumplir con el total de pendientes en un tiempo récord y en estado de aislamiento.

El viernes 24 de abril, a las 5h30, hacía fila en la Embajada del Ecuador en Lima con todo mi equipaje de mudanza y Puca, mi perrita de 9 años. El equipaje no era poco: dos maletas grandes, una pequeña, una mochila y la maleta donde estaba Puca. Esperé en la fila hasta las ocho de la mañana que me llamaron para que ayudara a un menor no acompañado en el vuelo.

Mientras pasaba esto, tenía programada una entrevista de trabajo a las 8h00 – obviamente no podía cancelarla – así mientras esperaba, la iniciaba. La concentración y el estar enfocada si puede ser uno de mis puntos fuertes. A las 8h50, sin haberla concluido, tuve que pedir disculpas y colgar, pues tenía que subir al bus que nos llevó al aeropuerto - el lunes siguiente completaría mi entrevista -.

Llegamos al área de aviones militares del aeropuerto, íbamos en dos buses y nos subiríamos en dos aviones de las fuerzas armadas argentinas. Hasta ese momento, no tenía idea de cómo era un avión militar, sí había visto suficientes películas para imaginar uno, pero realmente no tenía idea. Ya en el aeropuerto, personal de migración reviso los documentos y listo, estábamos listos para salir. De regreso en los buses, llegamos a los dos aviones, entonces sí supe lo que era un vuelo en avión militar.

Entramos por la parte de atrás como corresponde, antes de subir nos tomaron la temperatura y nos bañaron de desinfectante. Una vez adentro, resultaba un poco difícil mantener el distanciamiento social. De dos metros pasó a 5 cm entre las dos personas de al lado y la persona de enfrente. Realmente íbamos bastante juntos y bueno, ya estaba en Ecuador de alguna manera. Las personas, si bien todas con mascarilla, compartían su gel y alcohol para las manos como corresponde y hacían caras a los niñxs que viajaban también, que iban acostados y sin el cinturón puesto. El vuelo fue eterno, sin ventanas y con mucho calor, el tiempo pasaba lentamente. Además, ya comenzábamos a tener hambre y mucha sed. Pocos tenían algo que comer o tomar, todos estuvimos en la fila del consulado desde muy temprano. Eran las dos de la tarde cuando finalmente aterrizamos en Guayaquil.


Bajaron las maletas, que iban amarradas en un contenedor en la compuerta del avión. Una vez abajo, tomé toda mi carga y la del niño que acompañaba. Teníamos que caminar con ellas un largo tramo y luego subir dos pisos. Afortunadamente, el tiempo sin tinte en el pelo hacía más evidente mi situación de mujer adulta con muchas maletas, un niño y un perro, así que la ayuda apareció enseguida (no quiero decir que con el pelo pintado no se note mi experiencia, pues aun así suelo recibir más ayuda ahora que antes). El proceso era un poco caótico, si bien todas las personas que nos recibían estaban muy atentas a ayudar y parecía que todas estaban muy ocupadas. Sin embargo, no había información y como muchas veces pasa en Ecuador, tenías que tratar de entender la mecánica a través de la práctica o reclamar información con un poco de insistencia. En mi caso, traté de aplicar la primera, pero a pesar de la calma que me ha dado la meditación, tuve que recurrir a la insistencia.


Lo primero que debías hacer era sentarte y esperar. Alguien pasaría a tomarte la temperatura, luego te irían llamando para confirmar el hotel en que te quedabas y el ministerio de salud te hacía firmar un compromiso de aislamiento preventivo obligatorio. Supe que mi hotel sería uno en el sur de Guayaquil. También luego de poco me enteré de que no hay muchos hoteles realmente hoteles en el sur de Guayaquil, pero a veces se agradece no saber. Así llegué a Ecuador. ¡Estoy feliz de estar de vuelta!



 
 
 

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